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Durante este tiempo de aislamiento social que nos ha sido impuesto a partir de la pandemia de Coronavirus -transcurrir que está siendo tan complejo a todo nivel y difícil de soportar para muchas personas-, un punto puesto de manifiesto con insistencia ha sido la idea de que no se trata de volver a la normalidad, porque esa supuesta normalidad es el problema, sino que es preciso forjar una nueva normalidad, un nuevo orden.

Desde el psicoanálisis consideramos que el estilo de vida, el modo de gozar de cada quien, se instituye como una norma, la propia norma. El asunto es, que es preciso algo que ordene, que regule esos modos de gozar y en la época actual presenciamos una decadencia del sistema simbólico para definir la posición de todos y todas. Al decir de Marie Helen Brousse, «hay que vérselas con los Unos solos».

Por otro lado, respecto de las implicancias de la pandemia salta a la vista que todos y todas nos hemos visto afectados íntegramente, sin excepción; lo que sí varía es el modo en que tal afectación atraviesa los cuerpos y las subjetividades, así como las posibilidades simbólicas y materiales de hacerle frente a semejante cimbronazo, la manera que cada uno va encontrando en función de los recursos disponibles. Y eso nos enfrenta a enormes desigualdades, que en ocasiones -sabemos- llevan a lo peor.

Constatamos que los hogares han devenido necesariamente en centros educativos, en oficinas, en consultorios; así como nos encontramos desempeñando múltiples funciones antes delegadas en otras personas. La economía familiar se vio abruptamente trastocada, los proyectos se vieron alterados, en el mejor de los casos dilatados, otros se cayeron y otros tantos afortunadamente emergieron impulsados por la crisis.

Así, dentro del contexto universitario, estudiantes, docentes, no docentes y demás integrantes de la comunidad educativa hemos tenido que modificar de una u otra manera el modo habitual de hacer lo que hacíamos, ya sea la manera de acceder al conocimiento, la forma de enseñanza y también procurarse el material de estudio, así como los medios para hacer factible la transmisión del mismo, teniendo que buscar otras formas de hacer posible lo que nos convoca.

Pienso que a otro nivel, es con lo que nos vemos confrontados en algunas ocasiones en un país como el nuestro, en el que contando con infinidad de recursos -tanto a nivel industrial, agropecuario, como en lo que respecta a la calidad de la educación, la salud, entre otros-, paradójicamente muchas veces nos topamos con la escasez o precariedad de los mismos. En mi profesión particularmente una instancia que me ayudó a forjar un cierto estilo de abordaje más allá de la formación, fue la posibilidad de realizar después de recibida, la R.I.S.A.M. (Residencia Interdisciplinaria de Salud Mental). Esa instancia de cuatro años de capacitación en terreno me posibilitó transitar distintas instituciones estatales, hospitales monovalentes, polivalentes, dispensarios, entre otros, y conocer desde cerca las políticas públicas a nivel sanitario, las vicisitudes del sistema y el lugar que ocupa la salud mental.

Agradezco el paso por esas experiencias porque si algo me permitieron fue a «aprender a hacer con lo que hay«; la otra opción sería permanecer en la queja, regodeándonos en el reniegue y la impotencia.

En esta oportunidad luego de varios días sin trabajar, quienes pudimos y elegimos hacerlo, nos dispusimos a la modalidad virtual, algo que para muchos y muchas era impensable. Creo que hoy tras 90 días de cuarentena, tal modalidad se ha tornado una posibilidad más que una limitación.

Con lo anterior intento representar que lo que comentaba -sobre mi experiencia profesional- ha devenido una especie de lema que hago extensible hoy en esta idea. Personalmente me gusta pensar que contingencias como éstas nos impulsan a ingeniárnosla con lo que tenemos, a buscar un buen arreglo dentro de las posibilidades procurando aggiornarnos a las circunstancias; es decir, poder inventar salidas posibles al alcance de cada uno y cada una.

Como advertía Jacques Lacan a los psicoanalistas, “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”, es decir que se trata de ser capaces de leer los significantes y acontecimientos que atraviesan la época y reconocernos en ese atravesamiento.

Y si bien, esta pandemia ha significado una crisis a nivel mundial, para algunos ha sido una oportunidad de repensar prácticas, maneras de hacer las cosas que veníamos haciendo, la posibilidad de proponer otros modos más accesibles, transformando quizás las antiguas formas que ya no resulten viables en otras que sean funcionales o que puedan estar al alcance.

Creo que no se puede concluir demasiado todavía, no está todo dicho, sin ir más lejos no se ha determinado aún el pico de contagios, con lo cual muchas de las preguntas que nos hacemos permanecen sin poder ser respondidas y con ello tampoco podemos precisar ciertas cuestiones respecto del modo de retorno a lo anterior o la incorporación a lo nuevo venidero.

Cada sujeto responde según los recursos subjetivos con los que cuenta, las respuestas que surgen son de lo más variadas en su particularidad, conforme al arreglo singular que vamos armando ante lo incierto y lo contingente; y en este entramado son válidas una multiplicidad de soluciones, se trata de lo que es posible de transitar para cada uno y cada una, de acuerdo al modo propio de vivir, a las necesidades y posibilidades.

Natalia Morandi.
Lic. en psicología. M.P. 5218.
Secretaría de Bienestar de la UNVM.

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