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Me convocaron a escribir respecto a cómo transitar el aislamiento social preventivo y obligatorio. Me encuentro así en una encrucijada inicial porque considero que no existe un modo único aplicable masivamente que nos resulte apropiado por igual.

Desde el psicoanálisis consideramos que la salida es una por una, singular para cada sujeto; no se trata de la repetición mántrica de fórmulas vacías sino de intentar leer, en el impacto de la pandemia, lo particular de un padecimiento subjetivo. Se trata de ubicar los arreglos que cada quien va encontrando en torno al encierro, en tanto una experiencia traumática es siempre absolutamente singular. Es decir, aunque la afectación sea colectiva estamos radicalmente solos ante lo real del trauma; no hay experiencia traumática grupal pues un mismo acontecimiento nos conmueve de diferentes maneras. Esto, sin embargo, no quita de nuestro horizonte el señalamiento del presidente, Dr. Alberto Fernández, en tanto que “nadie se salva solo”.

Por otro lado, cabe señalar que si bien sería importante salir lo más indemnes posibles de esta situación, sin desistir en el intento, puede que dicho tránsito no necesariamente sea fácil ni ameno. Estimo que todos y todas, por mejor predisposición que le pongamos, nos topamos con ciertos momentos de desazón, angustia e incertidumbre, ni hablar de aburrimiento, hastío o desgano incluso para hacer cosas que nos gustan y/o nos ocupan habitualmente. Es así que, si existe una fórmula para vivir la cuarentena sin malestar, la desconozco, pero me tranquiliza y -en ocasiones- anima pensar que allí también radica la pretendida normalidad. Ahora bien, asumirnos afectados no implica permanecer en la perturbación.

Blas Pascal sostenía que todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación, a lo que el psicoanalista catalán Miquel Bassols agrega, ahora hay que saber no salir y aguardar lo inesperado, librado al tiempo indeterminado del “distanciamiento social”. La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es tanto la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es asimismo un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse. Lo sintomático producto de esta experiencia acontece sin necesariamente estar habitados por tal virus. Así, apuntando a hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible el autor rescata una máxima filosófica del estoicismo que propone ‘serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro’.

Hay quienes intentan orientarse por los inacabados tips que sugieren -cuando no ordenan- cómo vivir la cuarentena, los cuales tienen un costado inconveniente en tanto van por la vía de un imperativo de aprovechamiento, imperativo que no deja de ser “superyoico” (y el super-yo siempre nos empuja a gozar más y más, lo cual no es sinónimo de placer sino que eso que nos proporciona cierta satisfacción conduce asimismo al sufrimiento). Consignas éstas que están al servicio de embolsar la angustia, no sin una cuota de culpabilización pues nos damos una y otra vez con ítems incumplibles que nos dejan en déficit al procurar alcanzarlos. Los imperativos de felicidad aún en una situación en que nos ha dejado patas para arriba responden a una lógica capitalista de mercado que nos pretende sin angustia para seguir produciendo. A contrapelo de la felicidad como mandato va el psicoanálisis; el ser feliz de vivir al que apuntamos no significa vivir feliz sino aceptar la fragilidad de vivir sin garantías. Punto sensible hoy que más que nunca sentimos la falta de certezas.

Entonces, ¿por qué no habríamos de angustiarnos cuando la vida se nos cae por el hueco del sinsentido? ¿Cómo es posible aprovechar el tiempo como si nada ocurriera, si nuestro mundo tal como lo conocemos está transfigurado hoy? Hay ocasiones en que será factible y muchas otras en las que se complica e incluso imposibilita intentar armar escenarios como si todo fuera igual pero dentro de casa.

Nuestra vida cotidiana está sostenida de hábitos y rutinas que ordenan y arman el entramado de la realidad de cada quien, y al desgarrarse dicho entramado nuestro mundo queda tambaleando. En este punto, Carmen González Taboas ubica que ante lo inexorable, cuando todos estamos en riesgo y solo nos queda resguardarnos para también proteger a los demás, contamos con ciertos recursos (los cuidados, el aislamiento, las medidas de prevención y control -sanitarias y de seguridad-, entre otros) que recubren un poco el agujero de la incertidumbre.

Esto dista de los discursos del aprovechamiento optimista, imperativos y/o moralizantes que tienden a negar un real que nos está afectando indefectiblemente y cuyos efectos aún son incalculables. La no inocente pretensión de hacer más fácil el tránsito por ciertos momentos desafortunados, es una manera de ir contra la angustia, de pretender matarla con indiferencia como si nada pasara. Algo que, en el contexto actual suena descabellado porque nos está pasando algo impensable y no vivido antes por la mayoría de nosotros, una crisis sanitaria y económica global inédita que cancela nuestra cotidianeidad intempestivamente. Es decir que la irrupción más o menos sorpresiva de un virus, altamente contagioso, que pasando de cuerpo en cuerpo devino en pandemia, no puede sino afectarnos inevitablemente, aunque de diversos modos a cada sujeto.

Nos está pasando también que a raíz de que todas las miradas están puestas en el tan mentado coronavirus se están invisibilizando otras problemáticas gravísimas, como la réplica incesante de casos de femicidio, violencia de género intrafamiliar con el agravante de que en tiempos de cuarentena la convivencia con el agresor es casi permanente, entre otras situaciones altamente complejas que se añaden.

Ante semejante panorama, más allá de aspirar a ocupar el tiempo muerto en tareas pendientes o actividades de interés, también es preciso parar, permitirnos no saber qué hacer y hacernos cargo de lo que nos pasa. Dar lugar a la emergencia del malestar cuando asoma, atravesar momentos de incertidumbre y repensar algunas cuestiones posibilitará inventar una salida singular ante lo contingente. Creo atinado que se trata de hacer lo que cada uno pueda y lo que nos funcione subjetivamente atendiendo a nuestra singularidad.

Para los psicoanalistas la angustia, en tanto es el único afecto que no engaña, tiene una función orientadora, por ello taponarla o pretender su inexistencia puede conducir a consecuencias peores. Incluso sublimar no es sin angustia, que se busca canalizar.

Con todo, buscar una buena manera, propia, singular, de hacer frente a esta situación no nos exceptúa de reconocer que habrá momentos no tan felices ni productivos como en lo corriente de la vida misma, y más aún ahora por encontrarnos limitados en cuestiones importantes y necesarias para cada quien. Pero también esto, la pandemia, va a pasar, y allí será momento de -más allá de retomar nuestras actividades- rescatar qué saldo de saber extrajimos de esta contingencia.

Natalia Morandi.
Lic. en psicología. M.P. 5218.
Programa Género y Sexualidades, Secretaría de Bienestar de la UNVM.

 

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